¿Por qué decimos que somos unos inconscientes? ¿Alguna vez has usado el término «tomar conciencia»? ¿Qué queremos decir cuando decimos o pensamos que alguien es un inconsciente?
En sí, estos son términos que usamos comúnmente para tratar de decir si nos damos cuenta realmente de lo que hacemos. O si entendemos la magnitud de nuestras decisiones, los efectos colaterales de nuestros actos.
Este concepto lo hemos, en cierta forma, desvinculado de su principio original. Damos más cabida a nuestras acciones externas para juzgarnos internamente y acusar a nuestra forma de actuar.
La conciencia no es otra cosa más que el conjunto de reglas aprendidas dentro de una sociedad y del núcleo familiar que van moldeando nuestra personalidad. Esta hace que adquiramos valores que nos ayudarán a actuar con coherencia en diferentes situaciones de nuestra vida.
Unamos Conciencia y Coherencia
Desde mi punto de vista van por lo tanto conciencia y coherencia entrelazadas. Su separación es la que nos hace perder el equilibrio en los diferentes puntos de nuestro camino.
Aquí podría enumerar diferentes pasos para actuar con conciencia y coherencia, pero tomando en cuenta los pilares básicos que equilibran a todo ser humano opto por resumirlo todo en uno solo:
Basa tus decisiones en lo que sientes y crees. Esta parece ser una regla fácil, y lo es.
Cuando comprendemos que para alcanzar la balanza emocional de nuestra vida es importante trabajar cuatro aspectos fundamentales como son nuestra parte intelectual, corporal, social y psíquica.
Todos esos elementos son los que forman una personalidad fuerte y segura que nos hace «tomar conciencia» de nuestras capacidades y destrezas para movernos frente a las diferentes situaciones en la vida y determina nuestra madurez emocional, ahí es cuando conectamos con nuestra esencia misma y empezamos a fluir de forma natural.
Resumiendo, lo que juzgamos cada vez que hablamos de ser unos inconscientes es el tipo de madurez emocional que cada persona posee.
Relacionado: «Hazte responsable de tus actos»
María Ondina Andrango